domingo, marzo 18, 2012

NACIMIENTO DE EL JUGLAR

Dario Fo

Publicado por @tigegalvez

-¡Oh, gentes, acudid, que aquí está el juglar! Juglar soy yo, que salta y piruetea y os hace reír, que se burla de los poderosos y os muestra qué orondos y engreídos son los globos que hacen guerras donde los degollados somos nosotros, y os los espachurro, les quito el tapón y... pffss... se deshinchan. Acudid, que es la hora y el lugar de que yo haga el payaso, y os enseñe. ¡Doy un saltito, canto un poquito, hago jueguitos! ¡Mira cómo muevo la lengua! Parece un cuchillo, trata de recordar- lo. Pero no he sido siempre... y eso quiero contaros, cómo he nacido. No he nacido juglar, no vine al mundo con un soplo del cielo, y, ¡hop!, aquí estoy: «¡Buenos días, buenas noches!». ¡No! ¡Soy el fruto de un milagro! ¡Un milagro que han hecho conmigo! ¿Queréis creerme? ¡Es así! Yo nací villano. Villano, un verdadero campesino. ¡Estaba triste, alegre, no tenía tierra, no! Tenía que trabajar, como todos en estos valles, en todas partes. Y un día me acerqué a un monte, pero de piedra. No era de nadie: me enteré. Pregunté: «¡No! ¡Nadie quiere ese monte!». Entonces subí hasta la cima y escarbé con las uñas y vi que había un poco de tierra, y vi que bajaba un hilo de agua, y entonces empecé a escarbar. Fui a la orilla del río, me partí los brazos, acarreé tierra al monte, estaban mis niños, mi mujer. Mi mujer es dulce, es blanca, tiene dos pechos redondos, y el caminar suave, parece una becerra cuando se mueve. ¡Oh, es tan hermosa! La quiero mucho y quiero hablar de ella. Subí la tierra con los brazos y la hierba crecía, haciendo: pff... y brotaba de todo. ¡Qué bonito, era tierra de oro! Hincaba el azadón y... pff... nacía un árbol. ¡Qué maravilla de tierra! ¡Era un milagro! Había chopos, robles y árboles por todas partes. Sembraba con la luna propicia, yo entendía, y crecían cosas de comer, dulces, hermosas, ricas. Había achicoria, cardos, judías, nabos, de todo. ¡Para mí, para nosotros! ¡Qué contento estaba! Bailábamos, y además siempre llovía días y días, y el sol quemaba y yo iba, venía, las lunas eran propicias y nunca había ni demasiado viento ni demasiada niebla. ¡Era hermoso, tan hermoso! Era nuestra tierra. Hermoso era el bancal. Cada día ha- cía uno, parecía la torre de Babel, tan bonita con tantas terrazas. ¡Era el paraíso, el paraíso terrenal! Lo juro. Y todos los labriegos al pasar decían: -Qué ventura la tuya, caray, mira: ¡lo que has sacado de un pedregal! ¡Pobre de mí que no se me ha ocurrido! Y tenían envidia. Un día pasó el señor de todo el valle, miró y dijo: -¿De dónde ha salido esta torre? ¿De quién es esta tierra? —Mía -le dije-, la he hecho yo con estas manos, no era de nadie. —¿Nadie? ¡Esa palabra no existe, nadie, es mía! -¡No! ¡No es tuya! He ido al notario, no era de nadie. Le he preguntado al cura, no era de nadie y la he hecho yo, pedazo a pedazo. -Es mía, y me la tienes que dar. -No te la puedo dar, amo... no puedo trabajar para otros. -¡Te la pago! Te doy dinero, dime cuánto quieres. -¡No! No, no quiero dinero, porque si me lo das, luego no puedo comprar otra tierra con el dinero que me das y tengo que volver a trabajar para otros. ¡No quiero, no quiero! -¡Dámela! -¡No! Entonces él soltó una carcajada y se marchó. Al día siguiente vino el cura a preguntar. -Es del amo... pórtate bien, déjalo, no seas caprichoso, mira que es hombre terrible, es malo, deja esta tierra. ¡In Deo Domino, pórtate bien! -¡No! ¡No! -le dije-, no quiero -y además le hice un gesto muy feo con la mano. Vino el notario, él también acudió, sudaba al subir a verme. -Pórtate bien, es la ley, ten cuidado, no puedes, tú no... -¡No! ¡No! -y a él también le hice un gesto muy feo con la mano, y se marchó, maldiciendo. ¡El amo no cejó, no! Empezó a salir de caza, y espantaba a todas las liebres hacia mi tierra. Se paseaba arriba y abajo con los caballos y sus amigos, aplastándome los sotos. Y un día me lo quemó todo... Era verano... es- taba todo seco. Prendió fuego a todo el monte y me quemó todo, hasta los animales se quemaron, la casa quemada, ¡pero no me fui! Esperé... empezó a llover por la noche, y después yo empecé a limpiar, volví a clavar palos, a colocar piedras, a traer tierra, a abrir paso al agua por todas partes, ¡porque de ahí, hostia, no me quiero mover! ¡Y no me moví! Sólo que un día llegó él, con todos sus soldados, y se reía, estábamos en los campos con los niños, mi mujer y yo, trabajando. Él llegó, se bajó del caballo, se quitó los calzones, se acercó a mi mujer, la agarró, la tiró al suelo, le arrancó las faldas... Yo quería mover- me, pero los soldados me sujetaban, él se abalanzó sobre ella, lo hizo como si ella fuera una vaca. Yo y los niños con los ojos como platos, mirando, y yo me movía, de un tirón me solté, agarré un azadón y dije-: ¡Canallas! —Quieto —me dijo mi mujer—, no lo hagas, es lo que están esperando, esperan justo que levantes tu bastón, para matarte. ¿No lo entiendes? Quieren matarte y quitarte la tierra, lo están esperando, él tiene que defenderse, no sirve de nada ponerse en su contra, tú no tienes honor, eres pobre, eres un campesino, un villano, no puedes pensar en honor y dignidad, esas son cosas de señores, de nobles. Ellos se enfadan si les tocan a la hija, o a la mujer, ¡pero tú no! Déjalos. Vale más la tierra que el honor tuyo, mío, más que nada. Una vaca soy, vaca por tu amor. Y yo lloraba... lloraba por el trance, lo miraba todo y a los niños que lloraban. Y ellos, con el amo, se marcharon de pronto, riendo contentos, satisfechos. ¡Nuestro llanto era tremen- do! No podíamos mirarnos a la cara. Si íbamos al pueblo, nos tiraban piedras. Gritaban: -¡Eh, buey!, no tienes la fuerza de defender tu honor por- que no tienes, eres un animal, a tu mujer la ha montado el amo y tú te has quedado tan tranquilo por un pedazo de tierra, ¡desgraciado! Y mi mujer pasaba: -¡Puta, vaca! -le decían, y huían. Ni a la iglesia la dejaban entrar. ¡Nadie! Los niños no podían ir a ningún sitio, todos estaban allí, y ya nadie nos miraba a la cara. ¡Mi mujer huyó! No he vuelto a verla, no sé a dónde ha ido. Los niños no me miran: enferma- ron, ni siquiera lloraban. ¡Se murieron! Yo me quedé solo. ¡Solo con mi tierra! No sabía qué hacer. Una noche agarré un pedazo de soga y me lo puse al cuello, diciendo: -¡Bien, ahora me dejo caer! Voy a dejarme caer, ahorcado, cuando siento que una mano me toca el hombro, me vuelvo, y veo a un tipo de cara pálida, de ojos grandes que me dice: -¿Me das de beber? -¿Te parece momento para venir a pedir agua cuando me estoy ahorcando? Le miro, y tenía cara de pobre hombre él también, luego vuelvo a mirar, y veo que hay otros dos, también ellos con caras desmejoradas. -Vale, os daré de beber y luego me ahorco. Voy a buscar agua, los miro bien: —Más que beber, lo que necesitáis es comer. Pero llevo tan tos días sin hacer la comida... Aunque puedo hacerla, si queréis. Saqué una sartén y calenté en el fuego unas habas y se las di, un cuenco a cada uno, ¡y comían, comían! Yo no tenía ganas de comer... «Espero a que coman y luego me ahorco.» Y mientras comía, el de los ojos más grandes, que parecía de ver- dad un pobrecillo, sonreía y decía: -¡Mal asunto este de querer ahorcarte! Sé bien por qué quieres hacerlo. Lo has perdido todo, mujer, hijos y sólo te queda la tierra, bien, lo sé bien. Yo de ti no lo haría. ¡Y comía, comía! Al final lo dejó todo en la mesa y dijo: -¿Sabes quién soy? —No, pero me han entrado dudas de que seas Jesucristo. -¡Bien! Lo has adivinado. Este es Pedro, y el otro Marcos. -Mucho gusto. ¿Y qué hacéis por aquí? -Tú me has dado de comer y yo te doy de hablar. -¿De hablar? ¿Y eso qué es? —¡Desgraciado! Es justo que te hayas quedado la tierra, es justo que no quieras amos, es justo que hayas tenido la fuerza de no ceder, es justo... ¡Te quiero, eres fuerte! Pero te falta algo que es justo que tengas: aquí y aquí (indica la frente y la boca). No te quedes aquí pegado a esta tierra, sal y a los que te tiren piedras diles, hazles comprender, y arréglatelas para que esa vejiga hinchada que es el amo la puedas pinchar con la lengua, para que salga el suero y el agua podrida. Tienes que aplastar a estos amos y curas y todos los que les rodean: notarios, abogados, etc. No por tu bien, ni por tu tierra, sino por aquellos como tú que no tienen tierra, no poseen nada y sólo pueden sufrir y no tienen dignidad que reclamar. ¡Enséñales a vivir con el cerebro y no con los pies! -¿Es que no comprendes? Yo no valgo para eso, tengo una lengua que no se mueve en la boca, me atasco a cada palabra, no tengo doctrina y mi cerebro es débil y flojo. ¿Cómo voy a hacer esas cosas que dices, y andar por ahí hablando a los demás? -No te preocupes, ahora viene el milagro. Me agarró de la cabeza, me acercó a él y me dijo: -Jesucristo soy, que vengo a ti para darte la palabra. Y esta lengua pinchará y reventará como una lama todas las vejigas, y se lanzará contra los amos para aplastarlos, para que los demás comprendan, para que los demás aprendan, para que los de- más puedan reírse de ellos. Que sólo con la risa se deja coger el amo, y si se ríen de los amos, el amo de montaña que es se vuelve colina, y después ya nada. ¡Toma! Voy a darte un beso que te hará hablar. Me besó en la boca, mucho rato me besó. Y de pronto sentí que mi lengua brincaba, y mi cerebro rebullía y mis piernas se movían solas, y me planté en la plaza del pueblo, gritando: -¡Acudid, gentes! ¡Acercaos! ¡Aquí está el juglar! Os enseñaré a hacer sátira, a burlaros del amo, que es una vejiga grande y con mi lengua la voy a pinchar. ¡Y os lo contaré todo, cómo viene y cómo va, y que no es Dios el que roba! Es robo impune y las leyes son suyas... hablar, hablar. ¡Eh, gentes! ¡Vamos a aplastar al amo! ¡Aplastar! ¡Hay que aplastarle!...